1920–1976.
Se cumplen 98 años del nacimiento de Aquiles Nazoa, poeta, humorista, periodista, cronista y ensayista venezolano.
Nazoa nació en Caracas el 17 de mayo de 1920, en el seno de una familia de escasos recursos económicos. Hijo de Rafael Nazoa y Micaela González, además hermano del reconocido poeta Aníbal Nazoa.
Originario de la populosa zona capitalina “El Guarataro”, sus primeros estudios los realizó en la parroquia San Juan, y luego continuó de forma autodidacta. Desde los 12 años decidió trabajar para colaborar con el sustento de su familia. Los hábitos del gentilicio caraqueño marcaron su temperamento y le dieron la agudeza y el humor con el que impregnará su obra.
Entre 1932 y 1934, se desempeñó en diferentes oficios, entre los que se cuentan: empaquetador en el diario El Universal, del que luego fue corrector de pruebas y corresponsal en Puerto Cabello, actividad que le llevó al arrestó en 1940, tras ser acusado por difamación e injuria, hasta llegar a tener su propia columna titulada “Punta de lanza”, gracias a su dominio del inglés y el francés.
También fue guía de turistas en el Museo de Bellas Artes; trabajó en Radio Tropical y como reportero del diario Últimas Noticias; colaboró en el semanario El Morrocoy Azul y en el diario El Nacional; fundó los característicos “La Pava Macha” y “El Tocador de Señoras”, con agudo corte satírico; escribió para la revista colombiana “Sábado”; fue director de la revista Zig-Zag, en La Habana, Cuba, así como de la revista Fantoches, en Caracas.
Fue co-guionista de «La Balandra Isabel llegó esta tarde», basada en el cuento homónimo de Guillermo Meneses y dirigida por el argentino Carlos Hugo Christensen.
En 1948, Aquiles Nazoa recibió el Premio Nacional de Periodismo en la especialidad de Escritores, Humoristas y Costumbristas.
Entre 1956 y 1958, vivió en el exilio por oponerse al régimen de Marcos Pérez Jiménez. En 1961, alzó su voz solidaria a favor de la Revolución Cubana, dando conferencias y recitales de protesta.
En 1967, recibió el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal, y dedicó sus esfuerzos a la producción del programa «Las cosas más sencillas», para la televisión nacional, experiencia que le reafirmó como el poeta del pueblo y sus creaciones, bellamente resumido en su Credo.
Su temprana conciencia de clase proletaria, su formación marxista, hicieron de Aquiles Nazoa un signo dramático de dignidad intelectual y política irreductibles.
Su vida áspera y difícil le aguzó la sensibilidad de poeta. Fue un empecinado defensor de la naturaleza y un combatiente infatigable contra la destrucción de la ciudad natal por la voracidad «modernizadora» de los contratistas. Llegó a conocer tanto de urbanismo como un profesional.
Enemigo declarado de la sociedad de consumo, condenaba día a día la contaminación urbana producida por los gases letales del automóvil, señor absoluto de la ciudad capital. Por ironía, en una carretera hacia el interior del país, conductor reciente, fugitivo de la ciudad inhóspita, su vida quedó diseminada entre un montón de hierros amorfos.
Aquiles Nazoa murió el 25 de abril de 1976, a causa de un accidente automovilístico ocurrido en la autopista Caracas–Valencia.
Amor, Cuando Yo muera – Aquiles Nazoa
Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda,
ni llores sacudiéndote como quien estornuda,
ni sufras «pataletas»
que al vecindario alarmen,
ni para prevenirlas compres gotas del Carmen.
No te sientes al lado de mi cajón mortuorio
usando a tus cuñadas
como reclinatorio;
y cuando alguien, amada, se acerque a darte el pésame,
no te le abras de brazos en actitud de ¡bésame!
Hazte, amada, la sorda cuando algún güelefrito dictamine,
observándome, que he quedado igualito.
Y hazte la que no oye ni comprende ni mira
cuando alguno comente que parece mentira.
Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda:
Yo quiero ser un muerto
como los de Neruda;
y por lo tanto, amada, no te enlutes ni llores:
¡Eso es para los muertos esülo Julio Florez!
No se te ocurra, amada, formar la gran «llorona»
cada vez que te anuncien que llegó una corona;
pero tampoco vayas a salir de
indiscreta a curiosear el nombre que üene la tarjeta.
No grites, amada, que te lleve conmigo
y que sin mí te quedas
como en «Tomo y obligo»,
ni vayas a ponerte, con la voz desgarrada,
a divulgar detalles de mi vida privada.
Amor, cuando yo muera no hagas lo que hacen todas;
no copies sus estilos, no repitas sus modas:
Que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto,
¡sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto!
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